El egoísmo, la vanagloria de los que se creen, no en la cumbre, sino la cumbre misma; los ciega y ya no ven hacia abajo. No ven que el valle recibe de las montañas las aguas frescas y la fertilidad.
Para que los valles sean fértiles, tienen que desmoronarse las montañas. Por eso, para ser humildes tenemos que demoler las montañas del egoísmo que nos hacen cumbres altaneras.
Anda, Derrumba la montaña de tu altanería. Porque ahí arriba siempre el agua de la gracia, el amor de Dios se desliza, no se para… irremediablemente va hacia lo llano, hacia lo humilde.
¡No esperes más! porque un día te pueden sobrevenir fuertes aguaceros que te derrumben y te dejen en la roca viva, sin vida.