NATACHA SÁNCHEZ
Escritora del periodico HOY. Seccion "opiniones".
La muerte es la huida del tiempo al espacio infinito, allí adonde ya no se es más. Nuestra vida está condicionada por el tiempo, ese imponderable que pone límites a nuestra existencia sin que podamos dominarlo. Pero a él oponemos los recuerdos, la nostalgia, el dolor...
A cinco años de su muerte, Juan Bosch vive en nuestros recuerdos, está en nuestra nostalgia, habita en nuestro dolor.
Todo hombre es la suma de sus actos pero Juan Bosch es para los dominicanos mucho más que una biografía: Es el maestro que nos enseñó a vivir en democracia y a matar el miedo en que nos sumió la tiranía; es ese que emulando a Duarte nos demostró que la política es la más noble de las ciencias cuando está subordinada a la moral; maestro de maestros, dio cátedras a un pueblo desconocedor, en ese entonces, hasta de las más mínimas instituciones que dan forma a un estado moderno, formó generaciones de políticos.
Siempre ávido de enseñar a su pueblo, con razones sólidas, fundadas en hechos, nos llevó de la mano hasta el parto luminoso de la democracia y hacia una nueva sociedad en donde se pudiera lograr un desarrollo armónico dentro de los principios normativos de la ética social y de la libertad e igualdad de los hombres.
Hombre de visión de conjunto y de síntesis, puso en nuestras manos el instrumento que nos habría de guiar por ese sendero: la Constitución democrática del 1963. Democrática en su Ser y en su Esencia, tenía que serlo también en su origen. Por eso, su texto fue estudiado, discutido y votado por una Asamblea Revisora, cuyos miembros fueron elegidos por el voto popular en las elecciones del 20 de Diciembre de 1962, tal como se había previsto en la Constitución de 1962.
Esta fue proclamada por los diputados del pueblo de la nación dominicana para “proveerla de una Carta Fundamental humana, democrática y revolucionaria, para nosotros, nuestros descendientes y para todos los hombres de buena voluntad que quieran convivir con los dominicanos...” según consta en su preámbulo.
He aquí las palabras del presidente Bosch ante algunos cuestionamientos que le hicieron sobre el proyecto de Constitución: “No tengo contacto con los constituyentes porque ellos forman un poder soberano y porque entiendo que crear la democracia es un deber de todos los dominicanos... Un hombre solo, puede organizar y dirigir una tiranía, pero un hombre solo no puede construir y mantener un régimen democrático...”
Esa Constitución, que no pudo ser asimilada por la ignorancia a los intereses de los que la depusieron con un golpe de Estado al gobierno democrático de Juan Bosch, pudo ser el punto de partida hacia el progreso y la modernidad de un pueblo que entonces estaba en la edad de la inocencia. Pero quiso la caverna que se convirtiera en dolor, en sangre derramada y en una intervención militar extranjera para nuestro país.
¡Horror! ¡Que la Historia juzgue lo que aún está pendiente de juicio!
Bosch, mientras pudo, supo construir en el tiempo... y se vengó de sus acusadores legándoles la conciencia de su condición de hombre puro. La fuerza de su valor se impuso al valor de la fuerza. Como Sócrates, quien, a costa de su muerte, prefirió mantener el compromiso de respetar las leyes que había asumido como ciudadano y rechazó la propuesta de fugarse enfrentándose a una condena injusta, Bosch rechazó cualquier solución que significara más muerte, más sangre, más dolor para su pueblo adolorido. Y prefirió asumir la injuria y el escarnio de los que siempre fue la víctima propiciatoria... y aún lo sigue siendo.
Al final del túnel la verdad resplandecerá.
Pero, a diferencia de Sócrates, El nos dejó sus libros. Y con ellos su verdad. Porque la obra literaria es, por su existencia, la prueba del poder de creación que tiene el hombre.
Ella permite a su autor sobrevivir y escapar de la fuerza destructora del tiempo. La literatura tiene el poder de inmortalizar y aquellos que la practican, no desaparecerán jamás.
Juan Bosch creó un universo, un mundo nuevo para los dominicanos, y desde ese universo sin límites, entre la inmensidad del todo y de la nada, un haz de luz resplandece para alumbrar el destino del pueblo dominicano.
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