Esa tensión existente entre ambas naciones desde hace varios siglos, mantenía los mandatarios dominicanos y haitianos bajo una especie de guerra fría, tan inverosímil como la que tienen dos vecinas en un vecindario disputandose cual de las dos su esposo extranjero la tiene viviendo mejor.
Escuchar esta narración parece sacada de una película de Scorsese, una especie de ficción apegada a la realidad, la cual se solucionaría o empeoraría con una sola palabra y hasta con la mala interpretación de la misma por parte del cuerpo de seguridad que tenia en su responsabilidad salvaguardar primero la vida del mandatario (según su descripción de cargo) y por supuesto la de ellos mismos. La orden del mandatario era salir a todas cuestas, sin disparar hacia la procedencia de las balas, cinco años después la orden cambio y el jefe de estado dominicano ordeno disparar, solo que esta vez era toda la ayuda necesaria para tratar de matar o mitigar la miseria que se desbordó en Haiti luego del paso del terremoto.
Esa narración que podríamos quitarle el nombre al protagonista y solo ver el hombre en el cargo, nos ensena que una palabra puede cambiar el rumbo de nuestra vida o muchas y hasta de naciones. Este es el orgullo de ser humilde en este momento.
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