No me percaté si te ibas o te venias, aunque de lo último quería ser el responsable, te miraba fijamente. Tu piel color pureza, tus ojos de miel, tu silueta me deslumbró; tan delgada que podía bailar sobre un hilo dental.
Entonces la brisa trajo un hola a mis oídos, mis ojos que miraban a ningún lugar definido inmediatamente se pusieron a tus servicios. Toqué tu mano y te sentí, carne más pura que un ternero para sacrificio, no podía aguantar más.
Fue entonces cuando decidí hablarte y sin enterarme ya te ibas, mientras yo me venia a la realidad y nunca hubo hola, ni un toque, ni un quizás. Solo tú y mis ojos, que crearon la ilusión de lo que pudo haber sido, mi crimen perfecto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario